La brisa del mar tocó mi corazón
y mi corazón se lanzó al mar,
se hundió,
buscó el fondo,
se entregó y se hizo uno
con el poder inmenso de su oleaje
y sus emociones se bambolean
en el baile sin fin de las aguas,
del viento, de las nubes
y del capricho ineludible de tus ojos.
En un verano de albores confusos
y arreboles fulgentes,
comprendí que soy el yeku,
el chungungo, el pelícano y la gaviota.
Paciendo en la calma
transparente de la bahía,
disfrutando el suave vaivén
de mi playa tierna y segura
donde no rompen las olas
y nada se agita si no es necesario.
Mas,
como bestia marina
contemplo la pasión de tu oleaje
y me dejo encantar
por el vértigo de tu cintura,
la espuma de tu pelo,
la furia de tus piernas
y la rompiente de tus caderas.
Es cuando mi ser se parte,
se resquebraja, y
flota a la deriva,
como una balsa entre dos corrientes.
Entre el deseo,
la locura irrefrenable
de luchar desesperando
en las turbulentas aguas que truenan
contra las rocas,
y el sosiego de la bahía incólume
que el tiempo ha socavado.
Es el placer de estar entero
y el anhelo de destruir mi cuerpo
en el roquerío de tu piel.
Es suspirar en el dominio conquistado,
y rugir para no desintegrarse
en lo prohíbido.
Es la luz y la sombra,
es el agua y la roca,
es la vida y la muerte.
Bueno, ya era hora de escribir poesía, fue mucho tiempo de amor, tal vez demasiado, también mucho tiempo de sufrir, estoy seguro que demasiado, es el tiempo de expíar, es el tiempo de sanar, es el tiempo de escribir.
miércoles, 1 de mayo de 2013
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