miércoles, 1 de mayo de 2013

A la deriva

La brisa del mar tocó mi corazón
y mi corazón se lanzó al mar,
se hundió,
buscó el fondo,
se entregó  y se hizo uno
con el poder inmenso de su oleaje
y sus emociones se bambolean
en el baile sin fin de las aguas,
del viento, de las nubes
y del capricho ineludible de tus ojos.

En un verano de albores confusos
y arreboles fulgentes,
comprendí que soy el yeku,
el chungungo, el pelícano y la gaviota.
Paciendo en la calma
transparente de la bahía,
disfrutando el suave vaivén
de mi playa tierna y segura
donde no rompen las olas
y nada se agita si no es necesario.

Mas,
como bestia marina
contemplo la pasión de tu oleaje
y me dejo encantar
por el vértigo de tu cintura,
la espuma de tu pelo,
la furia de tus piernas
y la rompiente de tus caderas.

Es cuando mi ser se parte,
se resquebraja, y
flota a la deriva,
como una balsa entre dos corrientes.
Entre el deseo,
la locura irrefrenable
de luchar desesperando
en las turbulentas aguas que truenan
contra las rocas,
y el sosiego de la bahía incólume
que el tiempo ha socavado.

Es el placer de estar entero
y el anhelo de destruir mi cuerpo
en el roquerío de tu piel.

Es suspirar en el dominio conquistado,
y rugir para no desintegrarse
en lo prohíbido.
Es la luz y la sombra,
es el agua y la roca,
es la vida y la muerte.

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